Soñando-Despierto

lunes, octubre 08, 2007

Consumir -



Es posible transformar el sistema de forma profunda, radical, revolucionaria. De hecho, no nos interesa reformarlo. Quienes hablan de reformas sólo quieren apuntalar lo caduco para que resista un poco más, es decir, apuntalar el status quo de la injusticia, la discriminación, la desigualdad. Ellos, los reformistas, apelan siempre al miedo para evitar que las cosas cambien de verdad ("si funciona no lo toques"). Pues bien, a ellos les decimos que lo que defienden no funciona, no funciona para la mayoría, no queremos que "funcione" como quieren a beneficio de los de siempre; les decimos que no nos da miedo cambiar al mundo de base, hundiendo, cómo no, al imperio burgués. Lo que defendemos desde la Izquierda es otro mundo, otra manera de trabajar y relacionarnos que se basa en todos los derechos humanos para todos porque todos nacemos libres e iguales por el hecho de ser humanos. Ya no valen diferencias sociales por razón de nacimiento.

Hoy sabemos que la sociedad, el sistema, el mundo son como lo hacemos los hombres. Hoy sabemos que el actual estado de cosas que padecemos es insostenible desde un punto de vista ambiental, social, económico, sociológico y humano. Se trata de un sistema suicida, sin pies ni cabeza, impulsado por quienes no les importa llevarnos a todos al desastre.

Pues bien, es la hora de la rebeldía, de la subversión, de la transformación, de la revolución. Y el primer escenario es, sin duda, el más importante: es el de nuestras mentes y nuestros corazones. Al capitalismo lo venceremos en primer lugar dentro de nosotros mismos y luego por unión fraterna de esfuerzos solidarios de hombres y mujeres liberados de sus mentiras y cadenas.

Para romper el espinazo al mercado (que no es en modo alguno libre sino controlado por y sometido a los intereses de una minoría clasista de privilegiados), hay que atacar sus pilares: la competitividad, la rentabilidad, la propiedad privada... Una buena manera de empezar, que todos sabemos aplicar es, sencillamente, consumir menos. No necesitamos consumir como lo hacemos. Claro es que alguien puede entender esto como una llamada a apretarse el cinturón cuando los privilegiados viven a todo trapo, como quien dice. Pero, precisamente, quienes consumen sin límite están consumiendo (como dice aquella famosa campaña)... hasta morir. Ellos son quienes se equivocan y mucho. Consumir como se hace en EEUU y buena parte de Europa es insostenible. Pero además es una estrategia que sólo favorece a quienes quieren que se consuma más y más cada vez, es decir, los mercaderes.

Las técnicas de publicidad y propaganda han llegado a extremos de sofistificación que asustan. Apelando continuamente al subconsciente y los instintos más primarios, fomentando una cultura de la apariencia y la vacuidad, los magos negros de la publicidad inducen en las gentes unos deseos artificiosos de consumir, creándoles necesidades falsas continuamente. Debemos pues hacer un esfuerzo deliberado y constante para poner todo eso en cuestión: a cada producto que nos metan por los ojos y oídos habrá que oponer la sabia afirmación de que no lo necesitamos.

¿Por qué es bueno consumir menos? ¿Ralentizar el consumo no producirá una recesión económica que acarreará desempleo, reducción del PIB, etc.? Pues no. En todo caso, nos devolverá el poder a las personas sobre nuestras vidas y puede que nos haga volver nuestro interés hacia la cooperación y las relaciones humanas. Si gastamos menos los precios seguramente bajarán, aumentará nuestra capacidad de ahorro, dejaremos de esquilmar los recursos naturales y mejorará nuestra calidad de vida, siendo ésta mucho más humana. Estaremos, además, favoreciendo un tipo de democracia mucho más radical: se trata de democratizar la economía, es decir, dar el poder a la mayoría del pueblo sobre sus propios recursos y decisiones económicas.

La austeridad es un valor fundamental que va de la mano de la honestidad y del respeto hacia lo que nos pertenece en común como colectivo humano. Consumir menos, ser austeros, nos liberará de la esclavitud de las cosas y, fundamentalmente, de la más absurda y dañina de todas, del dinero. Descubriremos el valor de lo que hasta ahora no valorábamos y olvidaremos lo que hasta ahora nos esclavizaba: las modas, el materialismo, las apariencias. Iniciar esta revolución es algo que nos conviene a todos, es lo más inteligente que podemos hacer, porque a este sistema conviene transformarlo totalmente. No temamos un cambio radical de ciclo: cuando se ha llegado al límite que está alcanzando el neoliberalismo cualquier cosa que suponga un cambio profundo sólo puede ser buena.

Conviene un análisis en profundidad de estas ideas y su desarrollo efectivo. Ya hoy tenemos propuestas interesantes como los bancos de tiempo: mediante estos mecanismos las personas tejen redes donde intercambian servicios al margen del dinero, favoreciendo la cooperación en lugar de la competencia y las relaciones interpersonales. Descubren la importancia de la comunidad y la capacidad de vivir mejor apoyándose mutuamente en sus necesidades desde sus capacidades y crece el sentimiento de autorrealización.

Comencemos pues, a consumir menos y a exigir más, sacando del mercado todo lo que tiene una función social fundamental: por ejemplo, vivienda digna para tod@s sin hipotecas... de ningún tipo. No queremos que nos ayuden a seguir pagando a la banca-sanguijuela. Queremos vivienda sin más. Es nuestro derecho.

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